Francisco: "La
incoherencia de los fieles y de los pastores mina la credibilidad de la
Iglesia"
Invita a "testimoniar a Dios con la
palabra y con la vida en la cotidianidad"
José Manuel
Vidal, 14 de abril de 2013 a las 18:07
"Santos escondidos, una especie
de clase media de la santidad, de la que todos podemos formar parte"
(J.M.V.).-
El Papa Francisco continúa con su visita a las Basílicas romanas. Hoy,
por la tarde, era el turno de la de San Pablo Extramuros, donde le
esperaba una multitud, dentro y fuera del templo. La "franciscomanía"
va en aumento. A la entrada y a la salida de la Basílica, la gente grita y se
entusiasma al ver pasar a Francisco a su lado. En la homilía, Francisco
aprovechó para fustigar la "incoherencia d elos pastores que mina la
credibilidad de la Iglesia".
"La
incoherencia de los fieles y de los pastores mina la credibilidad de la
Iglesia"
"Anunciar,
testimoniar y adorar"
"Santos
escondidos, una especie de clase media de la santidad, de la que todos podemos
formar parte".
"Dar al
Señor el puesto que debe tener"
"Prescindir
de los ídolos: la ambición, el carrerismo, la tendencia a prevalecer sobre los
demás...y muchos otros"
"Testimoniar
a Dios con la palabra y con la vida en la cotidianidad".
El Papa
Francisco ha remarcado que "no se puede anunciar el Evangelio de Jesús
sin el testimonio concreto de la vida" y ha alertado de que "la
incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen,
entre la palabra y el modo de vivir, minan la credibilidad de la Iglesia",
durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma.
El Pontífice
ha visitado por primera vez esta Basílica papal de Roma, a su llegada ha
visitado la tumba de San Pablo y se ha detenido a rezar, y después ha
celebrado una Misa a las 17,30 horas concelebrada por el arcipreste de la
Basílica de San Pablo Extramuros y exprefecto de la Casa Pontificia, el
cardenal James Michael Harvey; los arciprestes eméritos, el cardenal Andrea
Cordero Lanza di Montezemolo y el cardenal Francesco Monterisi; así como el
padre abad benedictino de la abadía de San Pablo extramuros, el padre Edmund
Power.
Durante la
homilía, ha recordado que san Pablo fue "un humilde y gran Apóstol del
Señor, que ha anunciado a Dios con la palabra, ha dado testimonio de él con
el martirio y le ha adorado con todo el corazón".
En esta
línea, el Papa Francisco ha destacado que "no se puede anunciar el
Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida" porque quien escucha
y ve "debe poder leer en los actos eso mismo que oye en los labios, y dar
gloria a Dios" y ha apuntado que "la incoherencia de los fieles y
los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de
vivir, minan la credibilidad de la Iglesia".
Además, el
Papa ha indicado que el anuncio del Evangelio "solamente es posible si se
reconoce a Jesucristo" porque es Él quien ha llamado y ha invitado a
recorrer su camino, por lo que "anunciar y dar testimonio es posible
únicamente si se está junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros
discípulos estaban en torno a Jesús resucitado", ha destacado.
Asimismo, el
Pontífice ha apuntado que "la fe nace de la escucha, y se refuerza con
el anuncio", pero ha recordado que "el anuncio de Pedro y de los
Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en
su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente
con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo".
Francisco
también ha dirigido unas palabras especiales a los pastores. "No se puede apacentar el
rebaño de Dios si no se acepta ser llevados por la voluntad de Dios incluso
donde no queremos, si no hay disponibilidad para dar testimonio de Cristo
con la entrega de nosotros mismos, sin reservas, sin cálculos, a veces a costa
incluso de nuestra vida", ha señalado.
Además, ha
agregado que esto vale para todos porque "el Evangelio ha de ser anunciado
y testimoniado" ya que "el testimonio de la fe tiene muchas
formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; donde todos
son importantes, incluso los que no destacan". "En el gran
designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio
tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo
cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad", ha
explicado.
En este
sentido, el Papa ha recordado que "hay santos del cada día, los santos
'ocultos', una especie de 'clase media de la santidad', de la que todos
pueden formar parte" y también ha recordado también que "en diversas
partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa
del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo,
con un testimonio marcado con el precio de su sangre".
Por último,
el Papa ha invitado a "vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad
de diálogo y de vida" para reconocerlo como el Señor y adorarlo y ha
explicado que 'adorar' significa "aprender a estar con él, a
pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la
más buena, la más importante de todas" porque adorar al Señor quiere decir
"darle a él el lugar que le corresponde", "creer - pero no simplemente
de palabra - que únicamente él guía verdaderamente la vida".
En este
punto, el Papa Francisco ha invitado a despojarse "de tantos ídolos,
pequeños o grandes" que se tienen en los cuales se pone la seguridad,
como son "la ambición, la búsqueda del éxito, el poner en el centro a uno
mismo o la tendencia a estar por encima de los otros" y a "escoger al
Señor como centro, como vía maestra de la vida".
Al finalizar
su homilía, el Pontífice ha remarcado que el Señor "llama cada día a
seguirle con valentía y fidelidad" y envía a "proclamarlo con gozo
como el Resucitado" pero pide hacerlo "con la palabra y el
testimonio de la vida en lo cotidiano" ya que "el Señor es el
único, el único Dios de la vida e invita a despojarse de tantos ídolos y a
adorarle sólo a Él".
Después de
la Misa, el Papa Francisco ha visitado la capilla del crucifijo para venerar el
icono de la Virgen 'Theotokos Hodigitria' del siglo XIII, delante la
cual el 22 de abril de 1541 San Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros
hicieron la profesión religiosa solemne, evento fundamental para el inicio de
la Compañía de Jesús.
Con esta
visita a San Pablo Extramuros, el nuevo Obispo de Roma, ha visitado las
cuatro basílicas mayores de Roma en su primer mes de su Pontificado.
(RD/Ep)
Texto completo de la homilía del Santo Padre
Francisco del III Domingo de Pascua en la Basílica de San Pablo Extramuros:
Queridos
Hermanos y Hermanas:
Me alegra
celebrar la Eucaristía con ustedes en esta Basílica. Saludo al Arcipreste, el
Cardenal James Harvey, y le agradezco las palabras que me ha dirigido; junto a
él, saludo y doy las gracias a las diversas instituciones que forman parte de
esta Basílica, y a todos ustedes. Estamos sobre la tumba de san Pablo, un
humilde y gran Apóstol del Señor, que lo ha anunciado con la palabra, ha dado
testimonio de él con el martirio y lo ha adorado con todo el corazón. Estos son
precisamente los tres verbos sobre los que quisiera reflexionar a la luz de la
Palabra de Dios que hemos escuchado: anunciar, testimoniar, adorar.
1. En la
Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al
mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de
Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: «Hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres». Y no los detiene ni siquiera el ser
azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles anuncian con
audacia, con parresia, esto que han recibido, el Evangelio de Jesús. Y
nosotros, ¿somos capaces de llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de
vida? ¿Sabemos hablar de Cristo, de lo que representa para nosotros, en
familia, con los que forman parte de nuestra vida cuotidiana? La fe nace de la
escucha, y se refuerza con el anuncio.
2. Pero
demos un paso más: el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en
palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda
transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la
que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo. En el Evangelio, Jesús
pide a Pedro por tres veces que apaciente su grey, y que la apaciente con su
amor, y le anuncia: «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y
te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Esta es una palabra dirigida a
nosotros, los Pastores: no se puede apacentar el rebaño de Dios si no se acepta
ser llevados por la voluntad de Dios incluso donde no queremos, si no hay
disponibilidad para dar testimonio de Cristo con la entrega de nosotros mismos,
sin reservas, sin cálculos, a veces a costa incluso de nuestra vida. Pero esto
vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno
debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el
valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano,
obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas,
como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son
importantes, incluso los que no destacan.
En el gran
designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde
testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe
en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay
santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la
santidad», como decía un escritor francés, una clase media de la santidad de la
que todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también
quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega
la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el
precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio
de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve,
debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar
gloria a Dios. Me viene a la memoria ahora un consejo que San Francisco de Asís
daba a sus hermanos: «Prediquen el Evangelio y, si fuera necesario, también con
las palabras». Predicar con la vida, el testimonio (aplausos). La incoherencia
de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la
palabra y el modo de vivir, minan la credibilidad de la Iglesia.
3. Pero todo
esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos
ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y
dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como
Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como
dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos
saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que «ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor» (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una
relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera
que lo reconozcamos como «el Señor», lo adoremos.
El pasaje
del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de
ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en
adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien
se debe alabanza, honor y gloria (Cf. Ap 5,11-14).
Quisiera que
nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios
sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo?
Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con
él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más
verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en
la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene
un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar
al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor
quiere decir afirmar, creer - pero no simplemente de palabra - que únicamente
él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos
convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, de
nuestra historia.
Esto tiene
una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o
grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y
tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien
escondidos; pueden ser la ambición, la carrera, el gusto del éxito, el poner en
el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la
pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos
apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el
corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en
qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es
despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al
Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.
Queridos
hermanos y hermanas, el Señor nos llama cada día a seguirlo con valentía y
fidelidad; nos ha concedido el gran don de elegirnos como discípulos suyos; nos
envía a proclamarlo con gozo como el Resucitado, pero nos pide que lo hagamos
con la palabra y el testimonio de nuestra vida en lo cotidiano. El Señor es el
único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos
ídolos y a adorarle sólo a él. Anunciar, testimoniar, adorar. Que la Santísima
Virgen María y el Apóstol Pablo nos ayuden en este camino, e intercedan por
nosotros.
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