DIACONIA DE LA CARIDAD
El diácono tiene encomendado además
del ministerio de la liturgia y de la palabra el de la caridad. A este servicio
ministerial se refiere la elección de los primeros diáconos por los Apóstoles, entre los cuales
se encontraba san Esteban como se describe en los Hechos de los Apóstoles[1]
y en donde se ve al diácono llamado a la administración de la caridad. La atención a los necesitados fue siempre oficio de los diáconos y la Iglesia nos ofrece
el ejemplo de San Lorenzo, archidiácono de Roma, como mártir de la caridad y
patrón de los que ejercen de una manera particular este ministerio de amor hacia los pobres que
son considerados como el mayor tesoro de la Iglesia.
En la triple diaconía del evangelio
anunciado, celebrado y vivido, los diáconos ponen de relieve que es Cristo
quien ama en la persona del diácono y lo que hace el diácono es por Cristo. Su función es dar testimonio de que la caridad
cristiana emana del amor de Dios manifestado
en Cristo Diácono del Padre. Así
los diáconos participan del amor de Dios por sus hijos y es manifestado en el
amor de Cristo por los hombres.
Los diáconos como ministros de la Iglesia expresan el amor
preferencial de Cristo por todo, especialmente por los pobres, marginados,
excluidos, inmigrantes, etc. Igualmente
los diáconos son en la Iglesia signos sacramentales de Cristo lavando los pies a los discípulos[2],
que vino al mundo a servir y no a ser servido[3].
Esta acción de Jesús sitúa a la Iglesia en diaconía para con los más pobres.
Los diáconos están en comunión con Dios y los hermanos a través del servicio que se explicita en la
caridad y en el testimonio de amor.
De este modo, si se contempla en clave
cristológica, este ministerio diaconal trasciende todo el trabajo social y caritativo y lo transforma en la salvación que Dios ofrece. El diácono no es meramente un trabajador
social ordenado, Ignacio de Antioquia en referencia a la primera carta a los
Corintios llama a los diáconos «diáconos
de los misterios de Cristo, pues no son diáconos de carne y bebida sino siervos
de la Iglesia de Dios»[4].
Hay quienes caen en un reduccionismo del ministerio de la caridad
restringiéndolo a una simple acción social. Este es un peligro del que tenemos
que ser conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado. Hay diáconos que poseen un carisma especial
para el ministerio de la acción social dentro de la caridad, pero el diaconado
no se puede reducir simplemente a la acción caritativo-social.
En el ejercicio de las obras de
caridad que el obispo le confiará[5],
se dejará guiar siempre por el amor de Cristo hacia los pobres y no por intereses personales o ideologías que niegan la vocación
trascendental del hombre. El diácono es
consciente de que la diaconía de la caridad conduce necesariamente a promover
la comunión dentro de la iglesia de todos los hombres por la cooperación con
los presbíteros y la comunión con el obispo[6].
Para ejercer el ministerio diaconal
de la caridad el diácono debe comenzar por vivir y sentir la caridad de Cristo en su vida cotidiana, en su
matrimonio y en su familia.
El diácono ejercerá la
caridad sobre todo con los presbíteros, les ofrecerá apoyo moral y espiritual y
deberá hacerlo aun cuando no reciba de los demás clérigos el apoyo que él
necesita, así se asemejará de verdad a Cristo servidor de todos hombres y en
esta Diaconía de Cristo tendrá el diácono el modelo a seguir.
La Iglesia siempre tendrá un
lugar preferencial en su corazón para los pobres y los necesitados pues la caridad es responsabilidad de toda la
Iglesia, el hecho, sin embargo, de que en la persona del diácono este servicio
esté sacramentalmente ligado a la proclamación de la Palabra y la celebración
de la Liturgia, demuestra que la caridad a la cual están llamados los
cristianos tiene su origen en Cristo, en los
misterios de su Encarnación,
Muerte y Resurrección. Este ministerio que el orden episcopal confía al
diácono es un tesoro del cual el diácono no puede deshacerse, tesoro que es de
institución apostólica. Aún en el caso de que la sociedad moderna extirpara
completamente la pobreza siempre habrá lugar para la caridad y el diácono.
En el ministerio de la caridad los
diáconos deben configurarse con Cristo Siervo al cual representan, por eso en la oración de ordenación el obispo pide para ellos a Dios Padre que «Estén llenos de toda virtud; sinceros en la
caridad, premurosos hacia los pobres y los débiles, humildes en su servicio (…)
Sean imagen de tu Hijo, que no vino para ser servido sino para servir»[7].
Con el ejemplo y la palabra, ellos deben esmerarse para que todos los fieles,
siguiendo el modelo de Cristo, se pongan en constante servicio a los hermanos.
Decir diaconía de la caridad es decir
diaconía del amor, porque «Dios es amor» (1Jn 4,16). Da satisfacción pensar que
el diácono sea ministro del amor, porque el amor está en el centro de la vida
cristiana: «ubi caritas est vera, Deus ibi est», donde hay verdadera caridad,
allí está Dios. El ministerio de la caridad, junto al de la Palabra y de la Liturgia
enriquece espiritualmente al diácono, pues la celebración eucarística a la que el
diácono sirve y la Palabra que proclama y predica le exige conformar su vida
con el misterio celebrado y el misterio celebrado es la donación total de
Cristo en su muerte y resurrección. Si quiere ser diácono del amor de Cristo,
su servicio de caridad debe ser expresión de la entrega incondicional de sí, a
imagen de Cristo.
El amor a Cristo y a la Iglesia debe
estar en el alma del diácono profundamente unido al amor a la Madre del Señor en
la imitación de sus virtudes y en la confiada entrega a Ella[8]
.
Debe estar el diácono preparado para
ejercer la Diaconía de Cristo en estos tiempos que nos ha tocado vivir y, por
tanto, dispuesto para emprender iniciativas encaminadas al alivio del
sufrimiento ajeno estudiando en cada momento los recursos y conocimientos que
se ponen a su alcance teniendo siempre presente la Doctrina Social de la
Iglesia tantas veces olvidada por todos.
FRANCISCO LOPEZ
Diácono (permanente)
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