LA MISIÓN DE LA
IGLESIA: ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS AL MUNDO
Por la Palabra de Dios el diácono
confía y echa las redes de la misión: «Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
“Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.” Simón le respondió:
“Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en
tu palabra, echaré las redes”.» (Lc 5,5), es la llamada que el Señor hace a
aquellos que le tienen por Maestro, es el planteamiento que el diacono se hace
cuando se plantea la misión de la Iglesia y la necesidad que surge de realizar
la nueva evangelización teniendo por base la Palabra de Dios.
La Conferencia Episcopal Española,
siendo consciente de la necesidad de una nueva evangelización, recientemente ha
hecho público el tema del Plan de Pastoral para el próximo trienio titulado:
«La nueva evangelización desde la Palabra de Dios». Evangelizar desde la
Palabra y con la Palabra es una llamada apremiante a la que el diácono debe
estar preparado para realizar.
1 La Palabra del
Padre y hacía el Padre
La misión de la Iglesia de anunciar la
Palabra es vital y su contenido el Reino
de Dios, que es la Persona misma de Jesús, cuya luz ilumina todos los ámbitos
de la vida humana: «El evangelista Juan, en el Prólogo, contempla al Verbo desde
su estar junto a Dios hasta su hacerse carne y su vuelta al seno de Padre,
llevando consigo nuestra humanidad, que Él ha asumido para siempre (…)
Jesucristo es esta Palabra definitiva y eficaz que ha salido del Padre y ha
vuelto a Él, cumpliendo perfectamente en el mundo su voluntad»[1].
2 Anunciar al
mundo el «Logos» de la esperanza
La Iglesia es toda ella servidora de
los demás a la luz de Jesucristo, el gran servidor de la humanidad, compete a
todos los creyentes y de manera especial a los diáconos, imitando a Cristo, y
conlleva el anuncio explícito de Jesucristo: «¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio!» (1Cor 9,16), conscientes de que en Cristo se ha revelado realmente
la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado
para entrar en la libertad de los hijos de Dios (…) Por eso la Iglesia es
misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida
eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para
cada hombre (…) Nos corresponde a
nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por
gracia»[2].
La Palabra nos atrae hacia sí y nos
hace partícipes de su vida y misión. La ordenación diaconal capacita la vida
del ordenado para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo: «El sínodo
de los Obispos ha reiterado con insistencia la necesidad de fortalecer en la
Iglesia la conciencia misionera que el Pueblo de Dios ha tenido desde su origen
(…) La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un
hecho: Él se ha revelado»[3].
Se hace imprescindible que la Buena
Noticia del Evangelio llegue a todos los hombres y de esta manera anunciar el
Reino predicado por Jesús: «Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la
urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios,
predicado por Cristo mismo»[4].
3 La nueva
evangelización desde la Palabra de Dios
Aunque la misión
de anunciar la Palabra debe ser obra de todos, de una manera singular compete
al diácono emprender esta tarea por cuanto que la ordenación recibida no sólo
le capacita, sino que también le apremia a ser mensajero: «La misión de
anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de
Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede
sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia
sacramental al Cuerpo de Cristo»[5].
Una Iglesia que mire más a María será
más de Cristo y también más del Espíritu Santo, más Madre común (…) Que por
impulso del Espíritu todos nos sintamos vinculados por esa maternidad: no solo
hermanos unos de otros, sino también en Cristo y el Espíritu y con María madres para con los otros.
El anuncio evangelizador es necesario
repetirlo hoy entre muchos bautizados y en el seno de naciones llamadas
cristianas muy secularizadas: «Tantos hermanos están “bautizados”, pero no
suficientemente evangelizados»[6].
Hoy más que nunca el anuncio de la
Palabra ha de mostrar su intrínseca relación con el testimonio de vida por tres
razones: a) está en juego la credibilidad de la fe. b) está en juego la ley de
la Encarnación en la economía de la salvación. c) está en juego la ley de la
vida. Si solo nos quedásemos con la primera de las tres razones se podría caer
en un fundamentalismo que viven lo que creen, y sin embargo lo que creen o
piensan es muy discutible. También en la fe puede pasar. Por eso es importante
tener en cuenta la segunda de las razones ley
de la Encarnación, porque así Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, y no
de otro modo, y así está configurada toda la historia de la salvación y, en
ella, la del sacramento que es la Iglesia: «Es
indispensable que, con el testimonio, se dé credibilidad a esta Palabra, para
que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que
se puede vivir y que hace vivir. Esta reciprocidad entre Palabra y testimonio
vuelve a reflejar el modo con el que Dios mismo se ha comunicado a través de la
encarnación de su Verbo»[7].
4 Palabra de
Dios y compromiso en el mundo
La misión de la Iglesia es la
evangelización, es hacer presente la Palabra de Dios en el mundo. La Iglesia
existe en función de la misión, no para sí misma.
El decreto conciliar Ad gentes reconoce la misión de la
Iglesia con respecto a los que no creen en Cristo y mediante el testimonio de
vida: «Como la Iglesia particular está obligada a representar del modo más
perfecto posible a la Iglesia universal, debe conocer cabalmente que también
ella ha sido enviada a los que no creen en Cristo y viven con ella en el mismo
territorio, para servirles de señal de orientación hacía Cristo con el
testimonio de la vida de cada fiel y de toda la comunidad. Se requiere, además,
el ministerio de la palabra, para que el Evangelio llegue a todos.»[8].
5 Seguir a Jesús
en sus «humildes hermanos»
Todos estamos llamados a servir al
Verbo de Dios en los hermanos más pequeños y, por tanto, a comprometerse en la
sociedad para la reconciliación, la justicia y la paz entre los pueblos. El
Diácono por su condición de servidor ha de afrontar con profundidad esta
llamada: «La misma
Palabra de Dios denuncia sin ambigüedades las injusticias y promueve la
solidaridad y la igualdad (…) el compromiso por la justicia y la transformación
del mundo forma parte de la evangelización»[9].
El modo como Jesús realizó su misión
debió resultar en aquel contexto, sorprendente, al menos cuando no escandaloso.
Porque Jesús, no ha evangelizado marcando las distancias respecto a los
excluidos, sino desde la cercanía más entrañable, arriesgando incluso su fama,
hasta el punto de llegar a decir de él sus adversarios no sólo que era un
comilón y un borracho amigo de publicanos y pecadores sino que estaba poseído
por Beelzebul[10].
Así ha de evangelizar el diácono, imitando a Jesús.
6 Anuncio de la
Palabra de Dios a los jóvenes, a los pobres y los que sufren
El compromiso por la justicia en la
sociedad se entiende a la luz de las encíclicas Deus caritas est y Caritas in
veritate, en lo referido al compromiso social y político de cada cristiano
y a la relación entre caridad y justicia «El compromiso por la justicia, la
reconciliación y la paz tiene su última raíz y su cumplimiento en el amor que
Cristo nos ha revelado (…) El que cree, pues, haber entendido las Escrituras, o
alguna parte de ellas, y con esta comprensión no edifica este doble amor de
Dios y del prójimo, aún no las entendió»[11]
El documento hace mención a lo que
podemos llamar cuatro colectivos: los jóvenes, los emigrantes, los que sufren y
los pobres. En cuanto a los jóvenes el documento nos exhorta a tener una
actitud singular «Hemos de ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y
familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una brújula que indica
la vía a seguir»[12],
En cuanto al colectivo de personas emigrantes tan numeroso en una sociedad como
la actual: «los emigrantes
tienen el derecho de escuchar el kerigma, que se les ha de proponer, pero nunca
imponer»[13],
y en cuanto a los que sufren de manera física, psíquica o espiritual: «La fe que nace del encuentro con la
divina Palabra nos ayuda a considerar la vida humana como digna de ser vivida
en plenitud también cuando está aquejada por el mal»[14],
y por último, en cuanto a los pobres se afirma: «los primeros que tienen
derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres, no sólo
necesitados de pan, sino también de palabras de vida». La diaconía de la
caridad, que nunca ha de faltar en nuestras Iglesias, ha de estar siempre unida
al anuncio de la Palabra y a la celebración de los sagrados misterios»[15].
Los diáconos también están llamados a
promover un acercamiento de los hombres, especialmente de los jóvenes, a Dios
por medio de su obra creadora: «Como creyentes y anunciadores del Evangelio
tenemos también una responsabilidad con respecto a la creación «acoger la
Palabra de Dios atestiguada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de
la Iglesia da lugar a un nuevo modo de ver las cosas, promoviendo una ecología,
que tiene su raíz más profunda en la obediencia de la fe (…), desarrollando una
renovada sensibilidad teológica sobre la bondad de todas las cosas creadas en
Cristo». El hombre necesita ser educado de nuevo en el asombro y el
reconocimiento de la belleza auténtica que se manifiesta en las cosas creadas»[16].
7 La Palabra de
Dios y las culturas
La Palabra de Dios tiene que ser
comunicada no sólo con preparación, sino también con formación cultural. La
Constitución Gaudium et spes pone de
relieve la conexión entre la Buena Noticia de Cristo y la cultura: «Múltiples son
los vínculos que existen entre el mensaje de salvación y la cultura humana.
Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí
mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada
época. De igual manera, la Iglesia, al vivir de circunstancias, ha empleado los
hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de
Cristo en su predicación todas las
gentes»[17].
8 La Biblia como
un gran códice para las culturas
Dios en su revelación al hombre lo hace
mediante lenguajes, imágenes y expresiones vinculadas a las diferentes
culturas, por tanto, «La Palabra de Dios ha inspirado a lo largo de los silos
las diferentes culturas, generando valores morales fundamentales, expresiones
artísticas excelentes y estilos de vida ejemplares»[18].
La Palabra de Dios ha inspirado a lo
largo de los siglos las diferentes culturas, generando valores morales
fundamentales. La Biblia no amenaza las culturas «La Sagrada escritura contiene
valores antropológicos y filosóficos que han influido positivamente en toda la
humanidad. Se ha de recobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran
códice para las culturas»[19].
9 El
conocimiento de la Biblia en la escuela, universidad, manifestaciones
artísticas y medios de comunicación social
El diácono, tanto cuando se prepara
intelectualmente, como cuando ejercer la enseñanza, debe poner de manifiesto la
necesidad de que la Biblia sea mejor conocida en las escuelas y universidades:
«Conviene que en esta enseñanza se promueva el conocimiento de la Sagrada
Escritura, superando antiguos y nuevos prejuicios, y tratando de dar a conocer
su verdad»[20].
Hay que seguir favoreciendo la relación
entre Palabra de Dios y el mundo del arte (pintura, arquitectura, la literatura
y la música), «La relación entre Palabra de Dios y cultura se ha expresado en
obras de diversos ámbitos, en particular en el mundo del arte (…) Exhorto a los
organismos competentes a que se promueva en la Iglesia una sólida formación de
los artistas sobre la Sagrada Escritura a la luz de la Tradición viva de la
Iglesia y el Magisterio»[21].
10 Biblia e
inculturación
La inculturación no ha de consistir en
un proceso de adaptación superficial, ni en la confusión sincretista, que
diluye la originalidad del Evangelio; el auténtico paradigma de la
inculturación es la encarnación misma del Verbo. «El misterio de la Encarnación
nos manifiesta, por una parte, que Dios se comunica siempre en una historia
concreta, asumiendo las claves culturales inscritas en ella, pero, por otra, la
misma Palabra `puede y tiene que transmitirse en culturas diferentes,
transfigurándolas desde dentro, mediante lo que el papa Pablo VI llamó la
evangelización de las culturas (…) La Iglesia está firmemente convencida de la
capacidad de la Palabra de Dios para llegar a todas las personas humanas en el
contexto cultural en que viven (…) El auténtico paradigma de la inculturación
es la encarnación misma del Verbo»[22].
El rápido proceso de globalización nos
pone en contacto a personas de culturas diferentes. El amor de Dios por todos
los pueblos se manifiesta en la alianza establecida con Noé, reúne en un único
gran abrazo, simbolizado por el arco iris, y que, según las palabras de los
profetas, quiere recoger en una única familia universal[23]:
«Anunciar la Palabra de Dios exige siempre que nosotros mismos seamos los
primeros en emprender un renovado éxodo, en dejar nuestros criterios y nuestra
imaginación limitada para dejar espacio en nosotros a la presencia de Cristo»[24].
Francisco
Juan López
Diácono (permanente)
[1] Cf. EAVD 90.
[2] Cf. EAVD 91.
[3] Cf .EAVD 92.
[4] Cf. EAVD 93.
[5] Cf. EAVD 94.
[6] Cf. EAVD 96.
[7] Cf. EAVD 97.
[8] Cf. AG 20.
[9] Cf. EAVD 100.
[10] Cf Mc 3, 22
[11] Cf. EAVD 103
[12] Cf. EAVD 104.
[13] Cf. EAVD 105
[14] Cf. EAVD 106.
[15] Cf. EAVD 107.
[16] Cf. EAVD 108.
[17] Cf. GS 58.
[18] Cf. EAVD 109.
[19] Cf. EAVD 110.
[20] Cf. EAVD 111.
[21] Cf. EAVD 112.
[22] Cf. EAVD 114.
[23] Cf. Is 2, 2-22; 42, 6; Jr 4,2; Sal
47.
[24] Cf. EAVD 116.
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