BLOG PERSONAL

Este es el blog personal del diácono permanente de la Diócesis de Orihuela-Alicante FRANCISCO JUAN LOPEZ ALBALADEJO.
Diaconia es sacramento, es entrega, es consagración al servicio ministerial del Señor y de los hermanos. De los hermanos que necesitan escuchar la Palabra de vida eterna encarnada: "Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68); haciendo presente a Jesucristo en la comunidad cristiana y al mundo.

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ORIHUELA, ALICANTE, Spain
Diácono permanente de la Diócesis de Orihuela-Alicante. Licenciado en Ciencias Religiosas

martes, 16 de octubre de 2012

LA EVANGELIZACION DE LA IGLESIA


 LA MISIÓN DE LA IGLESIA: ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS AL MUNDO



          Por la Palabra de Dios el diácono confía y echa las redes de la misión: «Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.” Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes”.» (Lc 5,5), es la llamada que el Señor hace a aquellos que le tienen por Maestro, es el planteamiento que el diacono se hace cuando se plantea la misión de la Iglesia y la necesidad que surge de realizar la nueva evangelización teniendo por base la Palabra de Dios.

         La Conferencia Episcopal Española, siendo consciente de la necesidad de una nueva evangelización, recientemente ha hecho público el tema del Plan de Pastoral para el próximo trienio titulado: «La nueva evangelización desde la Palabra de Dios». Evangelizar desde la Palabra y con la Palabra es una llamada apremiante a la que el diácono debe estar preparado para realizar.

1 La Palabra del Padre y hacía el Padre

         La misión de la Iglesia de anunciar la Palabra  es vital y su contenido el Reino de Dios, que es la Persona misma de Jesús, cuya luz ilumina todos los ámbitos de la vida humana: «El evangelista Juan, en el Prólogo, contempla al Verbo desde su estar junto a Dios hasta su hacerse carne y su vuelta al seno de Padre, llevando consigo nuestra humanidad, que Él ha asumido para siempre (…) Jesucristo es esta Palabra definitiva y eficaz que ha salido del Padre y ha vuelto a Él, cumpliendo perfectamente en el mundo su voluntad»[1].

2 Anunciar al mundo el «Logos» de la esperanza

        La Iglesia es toda ella servidora de los demás a la luz de Jesucristo, el gran servidor de la humanidad, compete a todos los creyentes y de manera especial a los diáconos, imitando a Cristo, y conlleva el anuncio explícito de Jesucristo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 9,16), conscientes de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios (…) Por eso la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre (…) Nos corresponde  a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia»[2].

         La Palabra nos atrae hacia sí y nos hace partícipes de su vida y misión. La ordenación diaconal capacita la vida del ordenado para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo: «El sínodo de los Obispos ha reiterado con insistencia la necesidad de fortalecer en la Iglesia la conciencia misionera que el Pueblo de Dios ha tenido desde su origen (…) La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha revelado»[3].

         Se hace imprescindible que la Buena Noticia del Evangelio llegue a todos los hombres y de esta manera anunciar el Reino predicado por Jesús: «Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo»[4].

3 La nueva evangelización desde la Palabra de Dios

        Aunque la misión de anunciar la Palabra debe ser obra de todos, de una manera singular compete al diácono emprender esta tarea por cuanto que la ordenación recibida no sólo le capacita, sino que también le apremia a ser mensajero: «La misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo»[5].

         Una Iglesia que mire más a María será más de Cristo y también más del Espíritu Santo, más Madre común (…) Que por impulso del Espíritu todos nos sintamos vinculados por esa maternidad: no solo hermanos unos de otros, sino también en Cristo y el Espíritu y con María madres para con los otros.

          El anuncio evangelizador es necesario repetirlo hoy entre muchos bautizados y en el seno de naciones llamadas cristianas muy secularizadas: «Tantos hermanos están “bautizados”, pero no suficientemente evangelizados»[6].

         Hoy más que nunca el anuncio de la Palabra ha de mostrar su intrínseca relación con el testimonio de vida por tres razones: a) está en juego la credibilidad de la fe. b) está en juego la ley de la Encarnación en la economía de la salvación. c) está en juego la ley de la vida. Si solo nos quedásemos con la primera de las tres razones se podría caer en un fundamentalismo que viven lo que creen, y sin embargo lo que creen o piensan es muy discutible. También en la fe puede pasar. Por eso es importante tener en cuenta la segunda de las razones ley de la Encarnación, porque así Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, y no de otro modo, y así está configurada toda la historia de la salvación y, en ella, la del sacramento que es la Iglesia: «Es indispensable que, con el testimonio, se dé credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir. Esta reciprocidad entre Palabra y testimonio vuelve a reflejar el modo con el que Dios mismo se ha comunicado a través de la encarnación de su Verbo»[7].

4 Palabra de Dios y compromiso en el mundo

          La misión de la Iglesia es la evangelización, es hacer presente la Palabra de Dios en el mundo. La Iglesia existe en función de la misión, no para sí misma.

        El decreto conciliar Ad gentes reconoce la misión de la Iglesia con respecto a los que no creen en Cristo y mediante el testimonio de vida: «Como la Iglesia particular está obligada a representar del modo más perfecto posible a la Iglesia universal, debe conocer cabalmente que también ella ha sido enviada a los que no creen en Cristo y viven con ella en el mismo territorio, para servirles de señal de orientación hacía Cristo con el testimonio de la vida de cada fiel y de toda la comunidad. Se requiere, además, el ministerio de la palabra, para que el Evangelio llegue a todos.»[8].

5 Seguir a Jesús en sus «humildes hermanos»

        Todos estamos llamados a servir al Verbo de Dios en los hermanos más pequeños y, por tanto, a comprometerse en la sociedad para la reconciliación, la justicia y la paz entre los pueblos. El Diácono por su condición de servidor ha de afrontar con profundidad esta llamada: «La misma Palabra de Dios denuncia sin ambigüedades las injusticias y promueve la solidaridad y la igualdad (…) el compromiso por la justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización»[9].

        El modo como Jesús realizó su misión debió resultar en aquel contexto, sorprendente, al menos cuando no escandaloso. Porque Jesús, no ha evangelizado marcando las distancias respecto a los excluidos, sino desde la cercanía más entrañable, arriesgando incluso su fama, hasta el punto de llegar a decir de él sus adversarios no sólo que era un comilón y un borracho amigo de publicanos y pecadores sino que estaba poseído por Beelzebul[10]. Así ha de evangelizar el diácono, imitando a Jesús.

6 Anuncio de la Palabra de Dios a los jóvenes, a los pobres y los que sufren

        El compromiso por la justicia en la sociedad se entiende a la luz de las encíclicas Deus caritas est y Caritas in veritate, en lo referido al compromiso social y político de cada cristiano y a la relación entre caridad y justicia «El compromiso por la justicia, la reconciliación y la paz tiene su última raíz y su cumplimiento en el amor que Cristo nos ha revelado (…) El que cree, pues, haber entendido las Escrituras, o alguna parte de ellas, y con esta comprensión no edifica este doble amor de Dios y del prójimo, aún no las entendió»[11]

       El documento hace mención a lo que podemos llamar cuatro colectivos: los jóvenes, los emigrantes, los que sufren y los pobres. En cuanto a los jóvenes el documento nos exhorta a tener una actitud singular «Hemos de ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una brújula que indica la vía a seguir»[12], En cuanto al colectivo de personas emigrantes tan numeroso en una sociedad como la actual: «los emigrantes tienen el derecho de escuchar el kerigma, que se les ha de proponer, pero nunca imponer»[13], y en cuanto a los que sufren de manera física, psíquica o espiritual: «La fe que nace del encuentro con la divina Palabra nos ayuda a considerar la vida humana como digna de ser vivida en plenitud también cuando está aquejada por el mal»[14], y por último, en cuanto a los pobres se afirma: «los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres, no sólo necesitados de pan, sino también de palabras de vida». La diaconía de la caridad, que nunca ha de faltar en nuestras Iglesias, ha de estar siempre unida al anuncio de la Palabra y a la celebración de los sagrados misterios»[15].

         Los diáconos también están llamados a promover un acercamiento de los hombres, especialmente de los jóvenes, a Dios por medio de su obra creadora: «Como creyentes y anunciadores del Evangelio tenemos también una responsabilidad con respecto a la creación «acoger la Palabra de Dios atestiguada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia da lugar a un nuevo modo de ver las cosas, promoviendo una ecología, que tiene su raíz más profunda en la obediencia de la fe (…), desarrollando una renovada sensibilidad teológica sobre la bondad de todas las cosas creadas en Cristo». El hombre necesita ser educado de nuevo en el asombro y el reconocimiento de la belleza auténtica que se manifiesta en las cosas creadas»[16].

7 La Palabra de Dios y las culturas

          La Palabra de Dios tiene que ser comunicada no sólo con preparación, sino también con formación cultural. La Constitución Gaudium et spes pone de relieve la conexión entre la Buena Noticia de Cristo y la cultura: «Múltiples son los vínculos que existen entre el mensaje de salvación y la cultura humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época. De igual manera, la Iglesia, al vivir de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación  todas las gentes»[17].

8 La Biblia como un gran códice para las culturas

        Dios en su revelación al hombre lo hace mediante lenguajes, imágenes y expresiones vinculadas a las diferentes culturas, por tanto, «La Palabra de Dios ha inspirado a lo largo de los silos las diferentes culturas, generando valores morales fundamentales, expresiones artísticas excelentes y estilos de vida ejemplares»[18].

        La Palabra de Dios ha inspirado a lo largo de los siglos las diferentes culturas, generando valores morales fundamentales. La Biblia no amenaza las culturas «La Sagrada escritura contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido positivamente en toda la humanidad. Se ha de recobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran códice para las culturas»[19].

9 El conocimiento de la Biblia en la escuela, universidad, manifestaciones artísticas y medios de comunicación social

        El diácono, tanto cuando se prepara intelectualmente, como cuando ejercer la enseñanza, debe poner de manifiesto la necesidad de que la Biblia sea mejor conocida en las escuelas y universidades: «Conviene que en esta enseñanza se promueva el conocimiento de la Sagrada Escritura, superando antiguos y nuevos prejuicios, y tratando de dar a conocer su verdad»[20].

        Hay que seguir favoreciendo la relación entre Palabra de Dios y el mundo del arte (pintura, arquitectura, la literatura y la música), «La relación entre Palabra de Dios y cultura se ha expresado en obras de diversos ámbitos, en particular en el mundo del arte (…) Exhorto a los organismos competentes a que se promueva en la Iglesia una sólida formación de los artistas sobre la Sagrada Escritura a la luz de la Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio»[21].

10 Biblia e inculturación

        La inculturación no ha de consistir en un proceso de adaptación superficial, ni en la confusión sincretista, que diluye la originalidad del Evangelio; el auténtico paradigma de la inculturación es la encarnación misma del Verbo. «El misterio de la Encarnación nos manifiesta, por una parte, que Dios se comunica siempre en una historia concreta, asumiendo las claves culturales inscritas en ella, pero, por otra, la misma Palabra `puede y tiene que transmitirse en culturas diferentes, transfigurándolas desde dentro, mediante lo que el papa Pablo VI llamó la evangelización de las culturas (…) La Iglesia está firmemente convencida de la capacidad de la Palabra de Dios para llegar a todas las personas humanas en el contexto cultural en que viven (…) El auténtico paradigma de la inculturación es la encarnación misma del Verbo»[22].

         El rápido proceso de globalización nos pone en contacto a personas de culturas diferentes. El amor de Dios por todos los pueblos se manifiesta en la alianza establecida con Noé, reúne en un único gran abrazo, simbolizado por el arco iris, y que, según las palabras de los profetas, quiere recoger en una única familia universal[23]: «Anunciar la Palabra de Dios exige siempre que nosotros mismos seamos los primeros en emprender un renovado éxodo, en dejar nuestros criterios y nuestra imaginación limitada para dejar espacio en nosotros a la presencia de Cristo»[24].

Francisco Juan López

Diácono (permanente)

 

 



[1] Cf. EAVD 90.
[2] Cf. EAVD 91.
[3] Cf .EAVD 92.
[4] Cf. EAVD 93.
[5] Cf. EAVD 94.
[6] Cf. EAVD 96.
[7] Cf. EAVD 97.
[8] Cf. AG 20.
[9] Cf. EAVD 100.
[10] Cf Mc 3, 22
[11] Cf. EAVD 103
[12] Cf. EAVD 104.
[13] Cf. EAVD 105
[14] Cf. EAVD 106.
[15] Cf. EAVD 107.
[16] Cf. EAVD 108.
[17] Cf. GS 58.
[18] Cf. EAVD 109.
[19] Cf. EAVD 110.
[20] Cf. EAVD 111.
[21] Cf. EAVD 112.
[22] Cf. EAVD 114.
[23] Cf. Is 2, 2-22; 42, 6; Jr 4,2; Sal 47.
[24] Cf. EAVD 116.

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