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Este es el blog personal del diácono permanente de la Diócesis de Orihuela-Alicante FRANCISCO JUAN LOPEZ ALBALADEJO.
Diaconia es sacramento, es entrega, es consagración al servicio ministerial del Señor y de los hermanos. De los hermanos que necesitan escuchar la Palabra de vida eterna encarnada: "Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68); haciendo presente a Jesucristo en la comunidad cristiana y al mundo.

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Diácono permanente de la Diócesis de Orihuela-Alicante. Licenciado en Ciencias Religiosas

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA PALABRA DE DIOS Y LA IGLESIA

 

LA PALABRA DE DIOS Y LA IGLESIA

           La Iglesia es la casa de la Palabra de Dios, que ha puesto su tienda entre los hombres. Jesús, en el Espíritu se hace contemporáneo de los hombres en la vida de la Iglesia: «La relación entre Cristo, Palabra del Padre, y la Iglesia no puede ser comprendida como si fuera solamente un acontecimiento pasado, sino que es una relación vital, en la cual cada fiel está llamado a entrar personalmente»[1].

         Así como en la Trinidad inmanente el Espíritu une al Padre y al Hijo, de forma recíproca en la historia de la salvación su característica es la de unir al mayor número de personas al nosotros eclesial.

        El acontecimiento de la Palabra de Dios invade la vida de la Iglesia, así lo afirma el Pontífice: «revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación, deseando al mismo tiempo que ella sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial»[2].

         Nuestro Dios no está mudo, silencioso ante la realidad actual.  Es el Dios de la palabra, es la palabra en acción pronunciada por Jesús, la gran palabra del Padre, por eso la misión de la Iglesia no puede ser solo de obras o de acciones aisladas o lejanas al pensamiento de Dios.

        La relación entre Cristo y la Iglesia no es solo un acontecimiento del pasado, sino una relación vital, en la cual toda comunidad eclesial está llamada a entrar y, en ella, personalmente cada cristiano.

        La Iglesia nace y vive de la Palabra. San Juan anuncia cómo los primeros discípulos han encontrado en Cristo la Vida verdadera y esto les une entre ellos y con Dios: «pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre  y que se nos manifestó» (1 Jn 1, 2-3), en este corazón de la vida cristiana. Por eso el Papa insiste en reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la vida que se ha hecho visible, y ser sus anunciadores para que el don de la vida divina y la comunión se extienda cada vez más por todo el mundo. Para la Iglesia el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra de Dios presente en medio del mundo, es un don y una tarea imprescindible.

1 La Iglesia casa de la Palabra        

         La Palabra configura no sólo ad intra sino ad extra a la Iglesia, esto es, la Palabra configura su misión. Es más, el origen de la misión eclesial radica en la misma Palabra del Señor que envía a sus discípulos a una predicación que no debe separarse del compromiso con el mundo.

         Es necesario que la eclesiología sea entendida también como el anuncio gozoso y liberador del misterio escondido en los siglos y revelado en Jesucristo; no pudiéndose estudiar el misterio de la Iglesia si no es partiendo de la Palabra revelada: «El Señor pronuncia su Palabra para que la reciban aquellos que han sido creados precisamente por medio del Verbo mismo (…) Recibir al Verbo quiere decir dejarse plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo»[3].

2 Cristo en la vida de la Iglesia

         Si como afirma san Pablo nadie puede decir: «Jesús es Señor. Si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3),  eso significa no sólo que nadie puede realizar el acto de fe que confiesa la divinidad de Jesús, sino tampoco el acto de inteligencia que interpreta en el hoy de la fe el evento del pasado. Por consiguiente, el Espíritu permanece en la Iglesia como la fuente verdadera de la revelación, de su verdad, de su transmitirse y conservarse, de su sentido actual para la vida de la Iglesia y su significado último en la verdad definitiva. Gracias a la Palabra de Dios y a la acción sacramental, Jesucristo es contemporáneo a los hombres en la vida de la Iglesia, una Iglesia totalmente pendiente de la Palabra y constituida dentro de la gran Tradición: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), así que la Iglesia como «La Esposa de Cristo, maestra también hoy en la escucha, repite con fe: “Habla, Señor, que tu Iglesia te escucha”»[4].

2.2 La liturgia, lugar privilegiado de la Palabra de Dios

          La proclamación más densa y más eficaz de la Palabra de Dios tiene lugar en la liturgia de la Iglesia.

         La Palabra y el sacramento son presentados en la Constitución sobre la sagrada Liturgia como modos eficaces de la mediación que la Iglesia hace de la salvación. Ambos comunican, según su modo específico, la gracia de Cristo. La Palabra, que guía a la fe, comunica de modo espiritual una participación en Cristo, en consonancia con la peculiaridad de la palabra como fuerza espiritual. En la Sagrada Escritura se concibe el efecto de gracia de la palabra como fuerza salvífica que es recibida como don del Espíritu Santo[5].

         El sacramento, sobre todo la eucaristía, es la cima de la vida cristiana en la que  la proclamación de la Palabra alcanza su finalidad. Pero, por ello, en modo alguno pierde valor la Palabra. También tras la recepción del sacramento conservan su importancia la Palabra de Dios, pues el cristiano que ha recibido el sacramento sigue necesitando la proclamación y el efecto de la Palabra que, por la fuerza del Espíritu, conserva y fortalece la vida de fe.

3  La Palabra de Dios en la Sagrada Liturgia

         El diácono cuando participa en la sagrada liturgia en razón de su ordenación, tiene encomendada la proclamación del Evangelio, así como cuando se le indica la homilía. La Palabra de Dios es compañía para el hombre que camina, por eso, su palabra encarnada, su palabra escuchada y proclamada en la liturgia es «Diálogo de Dios con su pueblo»[6]. Una Iglesia que no sólo acoge en la fe la Palabra, sino que la celebra en unión con Cristo.

         La lectura comunitaria de la Palabra aleja del individualismo devocional que muchas veces caracteriza la vida espiritual. Es posible superar el individualismo con la fuerza de la Palabra de Dios escuchada y acogida en la comunidad eclesial. El lugar privilegiado para leer la Palabra es la Liturgia, donde los acontecimientos salvíficos se hacen de nuevo presentes y en la cual el Señor nos habla hoy.

4  Sagrada Escritura y ministerios

           Hay un nexo vital entre la Sagrada Escritura y los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, pues ella está siempre de manera irreversible animada por el Espíritu, siempre presente y cercano, atento a nuestras soledades, a nuestras pequeñeces y a nuestros pecados.

        Para que el encuentro con la Palabra se realice de una manera progresiva, la Iglesia sigue la pedagogía del Año Litúrgico. Es el despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo, donde la Pascua resplandece como misterio central al que se refieren todos los misterios de Cristo.

         Se recuerda la importancia del Leccionario, de la proclamación de la Palabra y del ministerio del lectorado, insistiendo sobre todo en la preparación de la homilía, un tema de gran importancia en la Exhortación Apostólica: «La reforma promovida por el Concilio Vaticano II ha demostrado sus frutos enriqueciendo el acceso a la Sagrada Escritura, que se ofrece abundantemente en la liturgia de los domingos»[7]

         Se destaca la importancia del ministerio de lector en la proclamación de las lecturas y de su preparación, siendo capaces de transmitir con sus vida, con sus obras y acciones un profundo amor a las Sagradas Escrituras: «Quisiera hacerme eco de los Padres sinodales, que también en esta circunstancia han subrayado la necesidad de cuidar, con una formación apropiada, el ejercicio del munus de lector en la celebración litúrgica, y en particular el ministerio del lectorado que, en cuanto tal, es un ministerio laical en el rito latino. Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados»[8].

          En cuanto a la importancia de la homilía, se menciona a los diáconos, obispos y presbíteros, que por su ordenación sacramental tienen encomendado este ministerio y destaca el papel importante que tiene la homilía dentro de la acción litúrgica: «La homilía constituye una actualización del mensaje eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida»[9].

         Se señala la necesidad de un directorio homilético para así poder ayudar a los predicadores, entre ellos a los diáconos,  que lo han de hacer en la unidad de la palabra y vida «la predicación se ha de acompañar con el testimonio de la propia vida»[10].

4  Palabra de Dios, sacramentos y sacramentales

         También destaca la importancia de la Palabra en Dios en los demás sacramentos, entre otros en el de la Penitencia y en el de la Unción de los enfermos y, aunque la administración de dichos sacramentos no son propios del diácono, pues pertenecen al ministerio sacerdotal, si que pueden y deben acercarse a los enfermos y moribundos para que cuando les distribuya la Sagrada Comunión o el Viático los que lo reciban puedan sentir la cercanía de Jesús: «Se recuerda especialmente la cercanía de Jesús a los que sufren, y que Él mismo, el Verbo de Dios encarnado, ha cargado con nuestros dolores y ha padecido por amor al hombre, dando así sentido a la enfermedad y a la muerte»[11].

          El diácono, en razón de su ordenación sagrada, queda obligado al rezo de la Liturgia de las Horas: «Entre las formas de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentran sin duda la Liturgia de las Horas. En la liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios sin interrupción (cf 1 Tes 5, 17) el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre (cf Heb 13, 15) (…). Por eso, todos los que ejercen esta función, no sólo cumplen el oficio de la Iglesia, sino que también participan del sumo honor de la Esposa de Cristo, porque, al alabar a Dios, están ante su trono en nombre de la Madre Iglesia»[12].

          Más adelante y con relación al rezo de la Liturgia de las Horas sigue diciendo: «Los obispos, los sacerdotes y los diáconos aspirantes al sacerdocio, que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrarla, tienen la obligación de recitar cada día todas las Horas»[13]. En este párrafo de la Exhortación no se citan a los diáconos permanentes, que aunque no tienen la obligación de recitar todas las horas, si que han de recitar las Horas mayores llamadas vísperas y laudes.

          La Liturgia de las Horas es como una escuela de la Palabra para los diáconos. Los salmos, como alimento básico, los van nutriendo día a día. Las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, los van educando en el camino cristiano.

        Es propio del diácono ser animador, dentro de las comunidades en las que ejerce su ministerio, para que en ellas se viva un verdadero espíritu de oración: «Donde sea posible, las parroquias y las comunidades de vida religiosa fomenten esta oración con la participación de los fieles»[14].

         Si se ha mencionado anteriormente la lectio divina y la Liturgia de las Horas, es porque  han sido dos formas de lectura, escucha y meditación de la Palabra a través de la historia de la Iglesia.

         La oración es el tiempo del diálogo con Dios por medio de la alabanza, acción de gracias, petición de perdón, apertura a las necesidades del mundo y de las iglesias. Es responder a Dios que nos ha hablado en su Palabra.

         Se requiere que en las bendiciones y en el uso del Bendicional, se proclame y se explique la Palabra de Dios para beneficio de los fieles, por ello el diácono, en el ejercicio de su ministerio, y cuando realice aquellas bendiciones que le son propias, tenga presente la proclamación de la Palabra de Dios y el uso de las moniciones sobre ella: «En este sentido, la bendición, como autentico signo sagrado, “toma su pleno sentido y eficacia de la proclamación de la Palabra de Dios”. Así pues, es importante aprovechar también estas circunstancias para reavivar en los fieles el hambre y la sed de toda palabra que sale de la boca de Dios (cf Mt 4,4)»[15].

5  Celebración de la Palabra de Dios

         Los diáconos, en el ejercicio de su ministerio, presiden las celebraciones de la Palabra, sobre todo cuando faltan presbíteros, ayudando a que las comunidades puedan enriquecerse de los frutos que ofrece la Palabra de Dios: «Los Padres sinodales han exhortado a todo los pastores a promover momentos de celebración de la Palabra en las comunidades a ellos confiadas (…) también con ocasión de peregrinaciones, fiestas particulares, misiones populares, retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón»[16]. También destaca la Exhortación que la Biblia es fuente inagotable de modelos de oración: «en las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará un fuente inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuesta de diversos temas»[17].

         El silencio no entendido como ausencia de la Palabra, sino como medio para poder escucharla, se hace necesario y está indicado en las celebraciones litúrgicas: «Por eso se ha de educar al Pueblo de Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior»[18].

        En las celebraciones litúrgicas al diácono le corresponde ser el portador del Evangeliario[19], así como de la proclamación solemne del Evangelio[20]: «la proclamación de la Palabra, especialmente el Evangelio, utilizando el “Evangeliario”, llevado procesionalmente durante los ritos iniciales y después trasladado al ambón por el diácono o por un sacerdote para la proclamación de la Palabra. De este modo, se ayuda al Pueblo de Dios a reconocer que “la lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la palabra”»[21].

        El diácono proclama el Evangelio desde el ambón como lugar litúrgico que debe ser valorado por lo que dicho lugar representa ya que desde él resuena la Palabra[22]: «en armonía estética con el altar, de manera que represente visualmente el sentido teológico de la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía.»[23].

6  La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia

         El Concilio Vaticano II, dentro de la Constitución Dei Verbúm, dedica el capítulo VI a La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia:

 «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo»[24].

7  Encontrar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura

        La Exhortación muestra cómo el acontecimiento de la Palabra invade toda la vida de la Iglesia, es un don dado a todos y al que todos tienen acceso y, por consiguiente, éste debe forjar una eclesialidad conforme a la naturaleza de dicho acontecimiento.

        El diácono está llamado a hacer de la catequesis una escuela de lectura orante de la Sagrada Escritura, que facilite el descubrimiento tanto, del sentido literal del texto como del sentido espiritual: «Junto a los Padres sinodales, expreso el vivo deseo de que florezca “una nueva etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera que, mediante su lectura orante y fiel a lo largo del tiempo, se profundice la relación con la persona misma de Jesús” (…) Que la oración siga a la lectura, y la lectura a la oración»[25].

        Se hace necesaria una mayor formación bíblica de los catequistas, entre los que se encuentran de un modo singular los diáconos, que les permitan desarrollar una catequesis de talante profético: escuchar la Palabra de Dios e interpretar su mensaje para su pueblo en el hoy de su historia. La animación bíblica no es una rama más de la pastoral, sino que en toda pastoral debe existir una animación bíblica, siendo necesario que en cualquier ámbito pastoral exista un encuentro personal con Cristo: «Allí donde no se forma a los fieles en un conocimiento de la Biblia según la fe de la Iglesia, en el marco de su Tradición viva, se deja de hecho un vacío pastoral»[26] .

         Hay que destacar la primacía de la Palabra de Dios en la catequesis y en la vida de los catequistas entre los que también se encuentran los diáconos. La  catequesis al servicio de la iniciación cristiana pone en evidencia su centralidad. Es necesaria una catequesis bíblica que facilite un contacto asiduo con los textos bíblicos, iluminados por el Espíritu Santo, que conduzca a una profunda y verdadera experiencia con el Dios de Jesucristo, asumiendo la pedagogía divina: «La actividad catequética comporta un acercamiento a las Escrituras en la fe y en la Tradición de la Iglesia, de modo que se perciban esas palabras como vivas, al igual que Cristo está vivo hoy donde dos o tres se reúnen en su nombre (cf Mt 18,20) (…) es importante subrayar la relación entre la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica»[27].

        Catequesis con la Biblia y de la Biblia. Unir el dato bíblico con lo litúrgico, diaconal, doctrinal y las cuestiones vitales del catequizado. Conocer la Biblia, como contenido, en el contexto vivo de la comunidad creyente de antes y de hoy: «Para alcanzar el objetivo deseado por el Sínodo de que toda la pastoral tenga un mayor carácter bíblico, es necesario que los cristianos, y en particular los catequistas, tengan una adecuada formación»[28].

8 Palabra de Dios y vocaciones

         El diácono no sólo por su carácter de consagrado, sino también como miembro bautizado está llamado a vivir la santidad: «ha querido también poner de relieve el hecho de que esta Palabra llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es vocación en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en  nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas»[29].

         La Palabra de Dios es indispensable en la formación de los pastores, por ello exhorta explícitamente a los pastores, entre los que se encuentran los diáconos: «Les recuerdo lo que el Sínodo ha afirmado: “La Palabra de Dios es indispensable para formar el corazón de un buen pastor, ministro de la Palabra”. Los obispos, presbíteros y diáconos no pueden pensar de ningún modo en vivir su vocación y misión sin un compromiso decidido y renovado de santificación, que tiene en el contacto con la Biblia uno de sus pilares»[30].

         En cuanto a los sacerdotes, utilizando las palabras de  la exhortación apostólica  Pastores dabo vobis, recuerda que «el sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios, es el ungido y enviado para anuncia a todos  el Evangelio del Reino»[31].

         En cuanto a la identidad teológica de los diáconos y su vinculación con la Palabra de Dios el Papa, ha dicho:

«Quisiera también referirme al puesto de la Palabra de Dios en la vida de los que están llamados al diaconado, no sólo como grado previo del orden del presbiterado, sino como servicio permanente. El Directorio para el diaconado permanente dice que, “de la identidad teológica del diácono brotan con claridad los rasgos de su espiritualidad específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de servicio. El modelo por excelencia es Cristo siervo, que vivió totalmente dedicado al servicio de Dios, por el bien de los hombres”. En esta perspectiva, se entiende cómo, en las diversas dimensiones del ministerio diaconal, un “elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la que el diácono está llamado a ser mensajero cualificado, creyendo lo que proclama, enseñando lo que cree, viviendo lo que enseña”. Recomiendo por tanto que los diáconos cultiven en su propia vida una lectura creyente de la Sagrada Escritura con el estudio y la oración. Que sean introducidos a la Sagrada Escritura y su correcta interpretación; a la teología del Antiguo y Nuevo Testamento; al uso de la Escritura en la predicación, en la catequesis y, en general, en la actividad pastoral»[32]

         En cuanto a la Palabra de Dios en la vida espiritual de los candidatos al sacerdocio y al diaconado la Exhortación manifiesta que «Los candidatos al sacerdocio deben aprender a amar la Palabra de Dios. Por tanto, la Escritura ha de ser el alma de su formación teológica, subrayando la indispensable circularidad entre exegesis, teología, espiritualidad y misión (…) en la vida de los seminaristas se cultive esta reciprocidad entre estudio y oración»[33].

        El diácono y los miembros de la vida consagrada han de tener el Evangelio como norma de vida y  «En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte “en exegesis” viva de la Palabra de Dios (…) y recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una formación sólida para la lectura creyente de la Biblia»[34].

Orihuela, 1 de septiembre de 2012.
Escrito por FRANCISCO JUAN LOPEZ ALBALADEJO
Diácono (con carecter permanente)



[1] Cf. EAVD 51.
[2] Cf. EAVD 1.
[3] Cf. EAVD 50.                                 
[4] Cf. EADV 51.
[5] Cf. 1 Ts 1,6.
[6] Cf. Dies Domini 41.
[7] Cf. EAVD 57.
[8] Cf. EAVD 58.
[9] Cf. EAVD 59.
[10] Cf. EAVD 60.
[11] Cf. EAVD 61.
[12] Cf. EAVD 62.
[13] Cf. EAVD 62,
[14] Cf. EAVD 62.
[15] Cf. EAVD 63.
[16] Cf. EAVD 65.
[17] Cf. EAVD 65.
[18] Cf. EAVD 66.
[19] Cf. OGMR 172.
[20] Cf. OGMR 175.
[21] Cf. EAVD 67.
[22] Cf. OGMR 309.
[23] Cf. EAVD 68.
[24] Cf. DV 21.
[25] Cf. EAVD 72.
[26] Cf. EAVD 73.
[27] Cf. EAVD 74.
[28] Cf. EAVD 75.
[29] CF. EAVD 77.
[30] Cf. EAVD  77-a)-1
[31] Cf. EAVD 80.
[32] Cf. EAVD 81.
[33] Cf. EAVD 82.
[34] Cf. EAVD 83.

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