LA PALABRA DE DIOS Y LA IGLESIA
La Iglesia es la casa de la Palabra
de Dios, que ha puesto su tienda entre los hombres. Jesús, en el Espíritu se
hace contemporáneo de los hombres en la vida de la Iglesia: «La relación entre
Cristo, Palabra del Padre, y la Iglesia no puede ser comprendida como si fuera
solamente un acontecimiento pasado, sino que es una relación vital, en la cual
cada fiel está llamado a entrar personalmente»[1].
Así como en la Trinidad inmanente el
Espíritu une al Padre y al Hijo, de forma recíproca en la historia de la
salvación su característica es la de unir al mayor número de personas al
nosotros eclesial.
El acontecimiento de la Palabra de Dios
invade la vida de la Iglesia, así lo afirma el Pontífice: «revalorizar la
Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación,
deseando al mismo tiempo que ella sea cada vez más el corazón de toda actividad
eclesial»[2].
Nuestro Dios no está mudo, silencioso
ante la realidad actual. Es el Dios de
la palabra, es la palabra en acción pronunciada por Jesús, la gran palabra del
Padre, por eso la misión de la Iglesia no puede ser solo de obras o de acciones
aisladas o lejanas al pensamiento de Dios.
La relación entre Cristo y la Iglesia
no es solo un acontecimiento del pasado, sino una relación vital, en la cual
toda comunidad eclesial está llamada a entrar y, en ella, personalmente cada
cristiano.
La Iglesia nace y vive de la Palabra.
San Juan anuncia cómo los primeros discípulos han encontrado en Cristo la Vida
verdadera y esto les une entre ellos y con Dios: «pues la Vida se manifestó, y
nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que
estaba con el Padre y que se nos
manifestó» (1 Jn 1, 2-3), en este corazón de la vida cristiana. Por eso el Papa
insiste en reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la
vida que se ha hecho visible, y ser sus anunciadores para que el don de la vida
divina y la comunión se extienda cada vez más por todo el mundo. Para la
Iglesia el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra de Dios presente en
medio del mundo, es un don y una tarea imprescindible.
1 La Iglesia casa de la
Palabra
La Palabra configura no sólo ad intra sino ad extra a la Iglesia, esto es, la Palabra configura su misión. Es
más, el origen de la misión eclesial radica en la misma Palabra del Señor que
envía a sus discípulos a una predicación que no debe separarse del compromiso
con el mundo.
Es necesario que la eclesiología sea
entendida también como el anuncio gozoso y liberador del misterio escondido en
los siglos y revelado en Jesucristo; no pudiéndose estudiar el misterio de la
Iglesia si no es partiendo de la Palabra revelada: «El Señor pronuncia su
Palabra para que la reciban aquellos que han sido creados precisamente por
medio del Verbo mismo (…) Recibir al Verbo quiere decir dejarse plasmar por Él
hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados
con Cristo»[3].
2 Cristo en la vida de la Iglesia
Si como afirma san Pablo nadie puede
decir: «Jesús es Señor. Si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor
12,3), eso significa no sólo que nadie puede
realizar el acto de fe que confiesa la divinidad de Jesús, sino tampoco el acto
de inteligencia que interpreta en el hoy de la fe el evento del pasado. Por
consiguiente, el Espíritu permanece en la Iglesia como la fuente verdadera de
la revelación, de su verdad, de su transmitirse y conservarse, de su sentido
actual para la vida de la Iglesia y su significado último en la verdad
definitiva. Gracias a la Palabra de Dios y a
la acción sacramental, Jesucristo es contemporáneo a los hombres en la vida de
la Iglesia, una Iglesia totalmente pendiente de la Palabra y constituida dentro
de la gran Tradición: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo» (Mt 28,20), así que la Iglesia como «La Esposa de Cristo,
maestra también hoy en la escucha, repite con fe: “Habla, Señor, que tu Iglesia
te escucha”»[4].
2.2
La liturgia, lugar privilegiado de la Palabra de Dios
La proclamación más densa y más
eficaz de la Palabra de Dios tiene lugar en la liturgia de la Iglesia.
La Palabra y el sacramento son
presentados en la Constitución sobre la
sagrada Liturgia como modos eficaces de la mediación que la Iglesia hace de
la salvación. Ambos comunican, según su modo específico, la gracia de Cristo.
La Palabra, que guía a la fe, comunica de modo espiritual una participación en
Cristo, en consonancia con la peculiaridad de la palabra como fuerza
espiritual. En la Sagrada Escritura se concibe el efecto de gracia de la
palabra como fuerza salvífica que es recibida como don del Espíritu Santo[5].
El sacramento, sobre todo la
eucaristía, es la cima de la vida cristiana en la que la proclamación de la Palabra alcanza su
finalidad. Pero, por ello, en modo alguno pierde valor la Palabra. También tras
la recepción del sacramento conservan su importancia la Palabra de Dios, pues
el cristiano que ha recibido el sacramento sigue necesitando la proclamación y
el efecto de la Palabra que, por la fuerza del Espíritu, conserva y fortalece
la vida de fe.
3
La Palabra de Dios en la Sagrada Liturgia
El diácono cuando participa en la
sagrada liturgia en razón de su ordenación, tiene encomendada la proclamación
del Evangelio, así como cuando se le indica la homilía. La Palabra de Dios es
compañía para el hombre que camina, por eso, su palabra encarnada, su palabra
escuchada y proclamada en la liturgia es «Diálogo de Dios con su pueblo»[6].
Una Iglesia que no sólo acoge en la fe la Palabra, sino que la celebra en unión
con Cristo.
La lectura comunitaria de la Palabra
aleja del individualismo devocional que muchas veces caracteriza la vida
espiritual. Es posible superar el individualismo con la fuerza de la Palabra de
Dios escuchada y acogida en la comunidad eclesial. El lugar privilegiado para
leer la Palabra es la Liturgia, donde los acontecimientos salvíficos se hacen
de nuevo presentes y en la cual el Señor nos habla hoy.
4 Sagrada
Escritura y ministerios
Hay un nexo vital entre la Sagrada
Escritura y los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, pues ella está
siempre de manera irreversible animada por el Espíritu, siempre presente y
cercano, atento a nuestras soledades, a nuestras pequeñeces y a nuestros
pecados.
Para que el encuentro con la Palabra se
realice de una manera progresiva, la Iglesia sigue la pedagogía del Año
Litúrgico. Es el despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo, donde la Pascua
resplandece como misterio central al que se refieren todos los misterios de
Cristo.
Se recuerda la importancia del
Leccionario, de la proclamación de la Palabra y del ministerio del lectorado,
insistiendo sobre todo en la preparación de la homilía, un tema de gran
importancia en la Exhortación Apostólica: «La reforma promovida por el Concilio
Vaticano II ha demostrado sus frutos enriqueciendo el acceso a la Sagrada
Escritura, que se ofrece abundantemente en la liturgia de los domingos»[7]
Se destaca la importancia del
ministerio de lector en la proclamación de las lecturas y de su preparación,
siendo capaces de transmitir con sus vida, con sus obras y acciones un profundo
amor a las Sagradas Escrituras: «Quisiera hacerme eco de los Padres sinodales,
que también en esta circunstancia han subrayado la necesidad de cuidar, con una
formación apropiada, el ejercicio del munus
de lector en la celebración litúrgica, y en particular el ministerio del
lectorado que, en cuanto tal, es un ministerio laical en el rito latino. Es
necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido
instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados»[8].
En cuanto a la importancia de la
homilía, se menciona a los diáconos, obispos y presbíteros, que por su
ordenación sacramental tienen encomendado este ministerio y destaca el papel
importante que tiene la homilía dentro de la acción litúrgica: «La homilía
constituye una actualización del mensaje eficacia de la Palabra de Dios en el
hoy de la propia vida»[9].
Se señala la necesidad de un
directorio homilético para así poder ayudar a los predicadores, entre ellos a
los diáconos, que lo han de hacer en la
unidad de la palabra y vida «la predicación se ha de acompañar con el
testimonio de la propia vida»[10].
4 Palabra de
Dios, sacramentos y sacramentales
También destaca la importancia de la Palabra
en Dios en los demás sacramentos, entre otros en el de la Penitencia y en el de
la Unción de los enfermos y, aunque la administración de dichos sacramentos no
son propios del diácono, pues pertenecen al ministerio sacerdotal, si que
pueden y deben acercarse a los enfermos y moribundos para que cuando les
distribuya la Sagrada Comunión o el Viático los que lo reciban puedan sentir la
cercanía de Jesús: «Se recuerda especialmente la cercanía de Jesús a los que sufren,
y que Él mismo, el Verbo de Dios encarnado, ha cargado con nuestros dolores y
ha padecido por amor al hombre, dando así sentido a la enfermedad y a la
muerte»[11].
El diácono, en razón de su ordenación
sagrada, queda obligado al rezo de la Liturgia de las Horas: «Entre las formas
de oración que exaltan la Sagrada Escritura se encuentran sin duda la Liturgia
de las Horas. En la liturgia de las Horas, la Iglesia, desempeñando la función
sacerdotal de Cristo, su cabeza, ofrece a Dios sin interrupción (cf 1 Tes 5,
17) el sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan
su nombre (cf Heb 13, 15) (…). Por eso, todos los que ejercen esta función, no
sólo cumplen el oficio de la Iglesia, sino que también participan del sumo
honor de la Esposa de Cristo, porque, al alabar a Dios, están ante su trono en
nombre de la Madre Iglesia»[12].
Más adelante y con relación al rezo
de la Liturgia de las Horas sigue diciendo: «Los obispos, los sacerdotes y los
diáconos aspirantes al sacerdocio, que han recibido de la Iglesia el mandato de
celebrarla, tienen la obligación de recitar cada día todas las Horas»[13].
En este párrafo de la Exhortación no se citan a los diáconos permanentes, que
aunque no tienen la obligación de recitar todas las horas, si que han de
recitar las Horas mayores llamadas vísperas y laudes.
La Liturgia de las Horas es como una
escuela de la Palabra para los diáconos. Los salmos, como alimento básico, los
van nutriendo día a día. Las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, los van
educando en el camino cristiano.
Es propio del diácono ser animador,
dentro de las comunidades en las que ejerce su ministerio, para que en ellas se
viva un verdadero espíritu de oración: «Donde sea posible, las parroquias y las
comunidades de vida religiosa fomenten esta oración con la participación de los
fieles»[14].
Si se ha mencionado anteriormente la lectio divina y la Liturgia de las
Horas, es porque han sido dos formas de
lectura, escucha y meditación de la Palabra a través de la historia de la
Iglesia.
La oración es el tiempo del diálogo
con Dios por medio de la alabanza, acción de gracias, petición de perdón,
apertura a las necesidades del mundo y de las iglesias. Es responder a Dios que
nos ha hablado en su Palabra.
Se requiere que en las bendiciones y
en el uso del Bendicional, se
proclame y se explique la Palabra de Dios para beneficio de los fieles, por
ello el diácono, en el ejercicio de su ministerio, y cuando realice aquellas
bendiciones que le son propias, tenga presente la proclamación de la Palabra de
Dios y el uso de las moniciones sobre ella: «En este sentido, la bendición,
como autentico signo sagrado, “toma su pleno sentido y eficacia de la
proclamación de la Palabra de Dios”. Así pues, es importante aprovechar también
estas circunstancias para reavivar en los fieles el hambre y la sed de toda
palabra que sale de la boca de Dios (cf Mt 4,4)»[15].
5 Celebración
de la Palabra de Dios
Los diáconos, en el ejercicio de su
ministerio, presiden las celebraciones de la Palabra, sobre todo cuando faltan
presbíteros, ayudando a que las comunidades puedan enriquecerse de los frutos
que ofrece la Palabra de Dios: «Los Padres sinodales han exhortado a todo los
pastores a promover momentos de celebración de la Palabra en las comunidades a
ellos confiadas (…) también con ocasión de peregrinaciones, fiestas
particulares, misiones populares, retiros
espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón»[16].
También destaca la Exhortación que la Biblia es fuente inagotable de modelos de
oración: «en las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará un fuente
inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuesta
de diversos temas»[17].
El silencio no entendido como ausencia
de la Palabra, sino como medio para poder escucharla, se hace necesario y está
indicado en las celebraciones litúrgicas: «Por eso se ha de educar al Pueblo de
Dios en el valor del silencio. Redescubrir el puesto central de la Palabra de
Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del
recogimiento y del sosiego interior»[18].
En las celebraciones litúrgicas al
diácono le corresponde ser el portador del Evangeliario[19],
así como de la proclamación solemne del Evangelio[20]:
«la proclamación de la Palabra, especialmente el Evangelio, utilizando el
“Evangeliario”, llevado procesionalmente durante los ritos iniciales y después
trasladado al ambón por el diácono o por un sacerdote para la proclamación de
la Palabra. De este modo, se ayuda al Pueblo de Dios a reconocer que “la
lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la
palabra”»[21].
El diácono proclama el Evangelio desde
el ambón como lugar litúrgico que debe ser valorado por lo que dicho lugar
representa ya que desde él resuena la Palabra[22]:
«en armonía estética con el altar, de manera que represente visualmente el
sentido teológico de la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía.»[23].
6
La Palabra de Dios en la vida de la
Iglesia
El Concilio Vaticano II, dentro de la
Constitución Dei Verbúm, dedica el
capítulo VI a La Sagrada Escritura en la
vida de la Iglesia:
«La Iglesia siempre ha venerado
la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo
en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan
de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La
Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a
la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos
transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los
Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo»[24].
7 Encontrar
la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura
La Exhortación muestra cómo el
acontecimiento de la Palabra invade toda la vida de la Iglesia, es un don dado
a todos y al que todos tienen acceso y, por consiguiente, éste debe forjar una
eclesialidad conforme a la naturaleza de dicho acontecimiento.
El diácono está llamado a hacer de la
catequesis una escuela de lectura orante de la Sagrada Escritura, que facilite
el descubrimiento tanto, del sentido literal del texto como del sentido espiritual:
«Junto a los Padres sinodales, expreso el vivo deseo de que florezca “una nueva
etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del
Pueblo de Dios, de manera que, mediante su lectura orante y fiel a lo largo del
tiempo, se profundice la relación con la persona misma de Jesús” (…) Que la
oración siga a la lectura, y la lectura a la oración»[25].
Se hace necesaria una mayor formación
bíblica de los catequistas, entre los que se encuentran de un modo singular los
diáconos, que les permitan desarrollar una catequesis de talante profético:
escuchar la Palabra de Dios e interpretar su mensaje para su pueblo en el hoy
de su historia. La animación bíblica no es una rama más de la pastoral, sino
que en toda pastoral debe existir una animación bíblica, siendo necesario que
en cualquier ámbito pastoral exista un encuentro personal con Cristo: «Allí
donde no se forma a los fieles en un conocimiento de la Biblia según la fe de
la Iglesia, en el marco de su Tradición viva, se deja de hecho un vacío
pastoral»[26] .
Hay que destacar la primacía de la
Palabra de Dios en la catequesis y en la vida de los catequistas entre los que
también se encuentran los diáconos. La
catequesis al servicio de la iniciación cristiana pone en evidencia su
centralidad. Es necesaria una catequesis bíblica que facilite un contacto
asiduo con los textos bíblicos, iluminados por el Espíritu Santo, que conduzca
a una profunda y verdadera experiencia con el Dios de Jesucristo, asumiendo la
pedagogía divina: «La actividad catequética comporta un acercamiento a las
Escrituras en la fe y en la Tradición de la Iglesia, de modo que se perciban
esas palabras como vivas, al igual que Cristo está vivo hoy donde dos o tres se
reúnen en su nombre (cf Mt 18,20) (…) es importante subrayar la relación entre
la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica»[27].
Catequesis con la Biblia y de la
Biblia. Unir el dato bíblico con lo litúrgico, diaconal, doctrinal y las
cuestiones vitales del catequizado. Conocer la Biblia, como contenido, en el
contexto vivo de la comunidad creyente de antes y de hoy: «Para alcanzar el
objetivo deseado por el Sínodo de que toda la pastoral tenga un mayor carácter
bíblico, es necesario que los cristianos, y en particular los catequistas,
tengan una adecuada formación»[28].
8 Palabra de Dios y vocaciones
El diácono no sólo por su carácter de
consagrado, sino también como miembro bautizado está llamado a vivir la
santidad: «ha querido también poner de relieve el hecho de que esta Palabra
llama a cada uno personalmente, manifestando así que la vida misma es vocación
en relación con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús,
tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante
opciones definitivas»[29].
La Palabra de Dios es indispensable en
la formación de los pastores, por ello exhorta explícitamente a los pastores,
entre los que se encuentran los diáconos: «Les recuerdo lo que el Sínodo ha
afirmado: “La Palabra de Dios es indispensable para formar el corazón de un buen
pastor, ministro de la Palabra”. Los obispos, presbíteros y diáconos no pueden
pensar de ningún modo en vivir su vocación y misión sin un compromiso decidido
y renovado de santificación, que tiene en el contacto con la Biblia uno de sus
pilares»[30].
En cuanto a los sacerdotes, utilizando las
palabras de la exhortación
apostólica Pastores dabo vobis,
recuerda que «el sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios, es el
ungido y enviado para anuncia a todos el
Evangelio del Reino»[31].
En cuanto a la identidad teológica de los
diáconos y su vinculación con la Palabra de Dios el Papa, ha dicho:
«Quisiera también
referirme al puesto de la Palabra de Dios en la vida de los que están llamados
al diaconado, no sólo como grado previo del orden del presbiterado, sino como
servicio permanente. El Directorio para el diaconado permanente dice que, “de
la identidad teológica del diácono brotan con claridad los rasgos de su
espiritualidad específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de
servicio. El modelo por excelencia es Cristo siervo, que vivió totalmente
dedicado al servicio de Dios, por el bien de los hombres”. En esta perspectiva,
se entiende cómo, en las diversas dimensiones del ministerio diaconal, un
“elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la
que el diácono está llamado a ser mensajero cualificado, creyendo lo que
proclama, enseñando lo que cree, viviendo lo que enseña”. Recomiendo por tanto
que los diáconos cultiven en su propia vida una lectura creyente de la Sagrada
Escritura con el estudio y la oración. Que sean introducidos a la Sagrada
Escritura y su correcta interpretación; a la teología del Antiguo y Nuevo
Testamento; al uso de la Escritura en la predicación, en la catequesis y, en
general, en la actividad pastoral»[32]
En cuanto a la Palabra de Dios en la
vida espiritual de los candidatos al sacerdocio y al diaconado la Exhortación
manifiesta que «Los candidatos al sacerdocio deben aprender a amar la Palabra
de Dios. Por tanto, la Escritura ha de ser el alma de su formación teológica,
subrayando la indispensable circularidad entre exegesis, teología,
espiritualidad y misión (…) en la vida de los seminaristas se cultive esta
reciprocidad entre estudio y oración»[33].
El diácono y los miembros de la vida
consagrada han de tener el Evangelio como norma de vida y «En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo
casto, pobre y obediente, se convierte “en exegesis” viva de la Palabra de Dios
(…) y recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una
formación sólida para la lectura creyente de la Biblia»[34].
Orihuela, 1 de septiembre de
2012.
Escrito por FRANCISCO JUAN LOPEZ ALBALADEJODiácono (con carecter permanente)
[1] Cf. EAVD 51.
[2] Cf. EAVD 1.
[3] Cf. EAVD 50.
[4] Cf. EADV 51.
[5] Cf. 1 Ts 1,6.
[6] Cf. Dies Domini 41.
[7] Cf. EAVD 57.
[8] Cf. EAVD 58.
[9] Cf. EAVD 59.
[10] Cf. EAVD 60.
[11] Cf. EAVD 61.
[12] Cf. EAVD 62.
[13] Cf. EAVD 62,
[14] Cf. EAVD 62.
[15] Cf. EAVD 63.
[16] Cf. EAVD 65.
[17] Cf. EAVD 65.
[18] Cf. EAVD 66.
[19] Cf. OGMR 172.
[20] Cf. OGMR 175.
[21] Cf. EAVD 67.
[22] Cf. OGMR 309.
[23] Cf. EAVD 68.
[24] Cf. DV 21.
[25] Cf. EAVD 72.
[26] Cf. EAVD 73.
[27] Cf. EAVD 74.
[28] Cf. EAVD 75.
[29] CF. EAVD 77.
[30] Cf. EAVD 77-a)-1
[31] Cf. EAVD 80.
[32] Cf. EAVD 81.
[33] Cf. EAVD 82.
[34] Cf. EAVD 83.
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