Don de Dios y tarea DEL DIÁCONO
La evangelización es un don de Dios y también es una tarea humana. Es un don que el diácono recibe el día de su ordenación ministerial y es una respuesta que cada día renueva y hace patente en medio de la Iglesia y al mundo.
La llamada de Dios al diácono es esencialmente a evangelizar. Para evangelizar el diácono, además de haber sentido esa llamada especial de Dios es consciente de que, al igual que la Iglesia existe para evangelizar, él ha sido llamado para hacer realidad esa tarea evangelizadora. Cuando celebra la liturgia sabe que lo que vive y celebra es la vida de Dios que se hace presente en la vida humana. Cuando predica sabe que debe hacer presente el anuncio de liberación y salvación que Cristo trae al mundo. Cuando ejerce la caridad sabe que sus prácticas y sus obras no son obras suyas, son las obras de amor de Dios para con los pobres y que lo que Dios les ofrece no son solamente obras de amor puntuales que remedien la necesidad de un momento en su vida, ni son una respuesta a las pretensiones de los hombres, lo que Dios ofrece a los pobres es mucho más, es la verdadera salvación por la conversión del hombre a su creador.
El diácono sabe que la llamada recibida de Dios para ser su «mensajero» ha de ser una realidad entre los hombres. Que la salvación que Dios trae es la verdadera vida eterna que se hace realidad en Jesucristo: «Yo tengo palabra de vida eterna» (Jn…..) y que de manera semejante a como lo fue san Pablo, el diácono ha de ser luz en medio de tanta oscuridad como existe en el mundo: «Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra» (Hch 13,47). El diácono sabe que su misión no es dar respuesta a las pretensiones de los hombres, que su entrega a los hombres debe ser hacer presente la llamada y la oferta que Dios hace para que el hombre tenga una vida nueva, la vida que brota del amor de Dios y que se nos entrega de forma gratuita en el Bautismo.
San Pablo, evangelizador de las gentes, tiene una experiencia singular de que la evangelización es un don que ha recibido gratuitamente de Dios y que le exige ser un buen servidor de la Palabra eterna del Padre que es la persona de Jesucristo. San Pablo ante la «pro-vocación de Dios» siente la llamada y la necesidad de ponerse «manos a la obra», sabiendo que Dios es el que regala la vida de gracia y comunica la fe para que el hombre pueda conocer y relacionarse con Dios.
El diácono, fiel a la Palabra de Dios, se sitúa en un momento de la historia en la que los hombres tienen una concepción filosófica y una manera de vivir concreta, una manera de pensar, de concebir la vida y de vivirla. Como san Pablo, el diácono debe saber ofrecer al mundo el encuentro con Jesucristo que es la Palabra del Padre y que ofrece una vida de verdadera libertad, de felicidad… en definitiva la vida verdadera y eterna.
Francisco Juan López Albaladejo
Diácono (permanente)
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