El diácono SAN VICENTE
Año 304
San Vicente:
¡que nos consigas del cielo la gracia de Dios que nos vuelva muy valientes para
proclamar nuestra fe!
San Vicente era un diácono español, y su
martirio se hizo tan famoso que San Agustín le dedicó cuatro sermones y dice de
él que no hay provincia donde no le celebren su fiesta. Roma levantó tres
iglesias en honor de San Vicente y el Papa San León lo estimaba muchísimo.
Era diácono del obispo de Zaragoza, San Valerio. Como el
obispo tenía dificultades para hablar bien, encargaba a Vicente la predicación
de la doctrina cristiana, lo cual hacía con gran entusiasmo y consiguiendo
grandes éxitos por su elocuencia y su santidad.
El emperador Diocleciano decretó la
persecución contra los cristianos, y el gobernador Daciano hizo poner presos al
obispo Valerio y a su diácono Vicente y fueron llevados prisioneros a Valencia.
No se atrevieron a juzgarlos en Zaragoza porque allí la gente los quería mucho.
En la cárcel les hicieron sufrir mucha hambre y espantosas torturas para ver si
renegaban de la religión. Pero cuando fueron llevados ante el tribunal, Vicente
habló con tan grande entusiasmo en favor de Jesucristo, que el gobernador
regañó a los carceleros por no haberlo debilitado más con más atroces
sufrimientos. Les ofrecieron muchos regalos y premios si dejaban la religión de
Cristo y se pasaban a la religión pagana. El obispo encargó a Vicente para que
hablara en nombre de los dos, y éste dijo: "Estamos dispuestos a padecer
todos los sufrimientos posibles con tal de permanecer fieles a la religión de
Nuestro Señor Jesucristo". Entonces el perseguidor Daciano desterró al
obispo y se dedicó a hacer sufrir a Vicente las más espantosas torturas.
San Agustín dice: "El que sufría era
Vicente, pero el que le daba tan grande valor era Dios. Su carne al quemarse le
hacía llorar y su espíritu al sentir que sufría por Dios, le hacía
cantar". Si no hubiera sido porque Nuestro Señor le concedió un valor
extraordinario, Vicente no habría sido capaz de aguantar tantos tormentos. Pero
Dios cuando manda una pena, concede también el valor para sobrellevarla.
Pidámosle que nos de
valentía para proclamar nuestra fe en cualquier lugar y circunstancia.
Francisco López, diácono.
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