Para evangelizar mediante el
servicio, a imitación de Cristo siervo e imagen de la misericordia del Padre,
existen en la Iglesia los diáconos que han recibido el tercer grado del
sacramento del Orden para que, como toda la Iglesia, sean portadores del
Evangelio buena noticia ofrecida por Dios y que esperan los hombres de hoy, en especial los más necesitados.
Su servicio no solamente lo ejercen en el
interior de la Iglesia en la que no son meros adornos, sino que desde ella
ofrecen a los hombres y a la sociedad
una vida nueva y un mundo en el que se puedan vivir los valores del
Reino: la justicia la paz y el amor. Por
la acción del Espíritu Santo desarrollan obras y acciones de caridad a los más
pobres, a los marginados y a todos aquellos que necesitan la presencia cercana
de la Iglesia misericordiosa.
Si la Iglesia se siente llamada a
evangelizar, a los diáconos les incumbe hacerlo en la liturgia sirviendo en el
Altar fuente de total entrega y donación, bautizando, bendiciendo a todos los que esperan la gracia y la misericordia de Dios e imitando
a Cristo que lavó los pies a sus discípulos. Cercanía, discreción, no buscando
el protagonismo, pero siendo corazón del amor misericordioso de Dios.
También les incumbe a los diáconos mostrar
el rostro de Dios por medio de Jesucristo Palabra encarnada del Padre que es “buena
noticia” para los hombres entre los que el diácono vive inmerso en la sociedad
a la que sirve y en la que se siente carne de la carne de sus hermanos. El primer aspecto del ministerio diaconal es el
de la Palabra: “Recibe el Evangelio de Cristo del cual has sido constituido
mensajero; convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho fe viva
enséñalo, y cumple aquello que has enseñado” (Ritual de Ordenaciones).
Dejándose modelar con el amor misericordioso
de Dios, servir a sus hermanos por medio de la caridad. Es imprescindible vivir
el amor hacía todos los hombres pues sin él no es posible realizar un verdadero
servicio diaconal ni ser mensajero de la Buena Noticia que para los hombres nos
ofrece Dios. Con el Evangelio hecho vida es como la Iglesia testimonia y hace
realidad la verdadera evangelización capaz de transformar el corazón del hombre
y las estructuras sociales. El diácono tiene una vocación específica de
servicio en la caridad desde una Iglesia que está en búsqueda de resolver las
situaciones de sufrimiento y de dolor.
Desde la práctica de la lectio divina, la celebración de la Palabra, la proclamación en la
misión o la vida en la fe, es como el diácono se convierte en la exégesis
viviente de la Palabra.
Francisco
Juan López Albaladejo, diácono (permanente)